vilizaciones de estudiantes, y también grandes huelgas
de trabajadores en algunas regiones como Asturias y
Cataluña. Seguramente nadie definiría como “revolu-
ción” a esas movilizaciones, y si alguno se atreviese a
hacerlo, sin duda añadiría que se trató de una revo-
lución fracasada. El franquismo duró todavía 15 años
más y gozó apartentemente de buena salud y siguió
celebrando anualmente el Desfile de la Victoria. Y sin
embargo ese regimen era ya un cadáver. La movi-
lización de los años 1956 al 1962, incluso si el regimen
logró sofocarla, mostró que el franquismo tenía los
pies de barro, ya que amplios sectores de la sociedad
española le negaban legitimidad. Gran parte de las per-
sonas de las nuevas generaciones de este país no re-
conocían ese tipo de poder. Por tanto, los herederos de
ese poder debieron maniobrar para realizar cambios
políticos que resultasen más aceptables para la mayoría
de los españoles.
La revolución Francesa de 1789 fue clasificada entre
las revoluciones vencedoras, (aunque, de hecho, varios
años después había desaparecido totalmente el resulta-
do de esa victoria y el poder de la realeza había regre-
sado a ese país). Pero se debe constatar que el factor
decisivo de la victoria de esa revolución no fue el
hecho de que la burguesía arrebatase el poder político a
la aristocracia, ni el terror y la guillotina de los años
revolucionarios, principalmente 1793, ni la decapita-
ción del Rey Luis XVI y su esposa María Antonieta, y
ni siquiera la solemne y famosa declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano. Todo eso fueron
consecuencias, resultados de la revolución, pero no
factores de la victoria de la revolución. El verdadero
factor de la victoria revolucionaria fue el cambio que
había ocurrido en la mente de los descamisados (sans-
kulots) de París. El acontecimiento que mostró que la
manera de pensar de los franceses estaba cambiando
fue el asalto de la población de París a la Bastilla. El
hecho mismo de que el asalto tuvo lugar, aunque no
hubiese resultado exitoso, mostró que los franceses ha-
bían dejado de creer en el poder de la realeza y en el
Derecho Divino sobre el que los reyes intentaban basar
su legitimidad. Un poder en el que el pueblo ha dejado
de creer y al que ha dejado de respetar es un poder
condenado a desaparecer más tarde o más temprano.
Algo parecido se puede decir sobre la revolución en
Rusia. La del año 1905 fue clasificada, según el esque-
ma clásico, como fracasada, y las del año 1917 (en Fe-
brero y en Octubre), como exitosas. Pero el cambio
decisivo había tenido lugar el 9 de enero de 1905, la
jornada conocida como “Domingo Sangriento”. Ese
día tuvo lugar una manifestación de más de cien mil
personas organizada por un pope que era leal al Zar y
que esperaba poder entregar en propia mano al monar-
ca, en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, una
petición de los trabajadores para que la jornada laboral
fuese reducida a 8 horas, igualdad ante las justicia y
otras mejoras sociales. La manifestación terminó con
una masacre cuando las tropas abrieron fuego sobre la
multitud. Con esa acción violenta de la autoridad zaris-
ta, el monarca ruso perdió la fe y la estima de sus súb-
ditos y la legitimidad para gobernarlos. Aunque el mo-
vimiento fue así sofocado la monarquía quedó conde-
nada en ese país a una caída más o menos rápida. In-
cluso si los bolcheviques no hubiesen llegado al poder
en 1917 la caída de los zares era inevitable. De hecho,
aunque ya no existe en ese país el regimen soviético,
los zares no recuperaron el poder. La ruptura entre el
Zar y el pueblo ruso se había producido en la mente de
la población rusa.
Se podrían presentar más ejemplos. Ahora citaré sólo
algunos para mostrar que ocurre lo mismo con las con-
trarevoluciones. El hecho de que las tropas del Pacto
de Varsovia lograron sofocar algunos movimientos an-
tisoviéticos (Hungría-1956, Checoslovaquia-1968…)
no evidenciaba la fuerza sino la debilidad de los re-
gímenes comunistas de Europa Oriental. Viendo esos
acontecimientos y los de Polonia en 1981-1982, se po-
día pronosticar que los regímenes comunistas no tenían
ante sí un futuro brillante en aquella región. Como es
sabido, en 1989-1990 se vio la caída de ese sistema a
pesar de su aparente potencia. En la mente de gran par-
te de la población de esos países habían ocurrido cam-
bios favorables al capitalismo, y el fracaso de las con-
trarevoluciones que habían tenido lugar fue sólo un
aplazamiento provisional del resultado final.
Es muy signicativo también el hecho de que mientras
esas contrarevoluciones tenían lugar en Europa Orien-
tal, en China, en el año 1989, fue violentamente sofo-
cado, en la Plaza de Tian-An-Men de Pequín, un movi-
miento similar a los que estaban teniendo éxito en Eu-
ropa. El regimen comunista de China, resistió, los con-
trarevolucionarios fueron reprimidos. El Partido Co-
munista de ese país siguió controlando el poder, y sin
embargo… el capitalismo en ese país es más fuerte y
potente que en cualquier otro lugar en el mundo. La
contrarevolución, el capitalismo, venció en la mente de
los chinos a pesar del fracaso de Tian-An-Men.
Estos ejemplos nos muestran que en las revoluciones y
las contrarevoluciones, con frecuencia, las cosas no
son lo que parecen. Nadie podía pronosticar que la
persistente concentración, un día a la semana, de las
madres de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, acabaría
provocando la caída del regimen fascista en Argentina
e influyendo en el fin del fascismo también en Chile.
Ahora viene el momento de analizar lo que está
ocurriendo en España. Los miles de españoles que se
vienen movilizando últimamente tomaron conciencia
de que en nuestro país “la democracia no funciona”.
Ese es uno de sus esloganes, y tienen otros que mues-
tran que están cambiando algunas cosas en la mente de
amplias masas españolas, principalmente entre la ju-
ventud. Las nuevas generaciones están reaccionando
contra el pasotismo que prendió entre lo que era la
generación joven en la década de los 80 y posteriores.
Precisamente entonces empezó el neoliberalismo, con
los gobiernos de Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret
Teacher en Gran Bretaña. Tenía que haberse producido
entonces la reacción de las clases populares en todos
los países y también en el nuestro. Las juventudes de
las décadas que pasaron desde entonces fueron gene-